Nada se pierde

...todo se transforma...


La noche no es ausencia
no es soledad
es abundancia de estrellas



Había una vez un pueblo muy joven en el que se respiraba alegría. Sus árboles eran verdes muy verdes y estaban llenos de mandarinas. Los frutos llegaban a la altura de las manos de los transeúntes para seducirlos. De un instante a otro se encontraban acariciando sus paladares con esa sensación estremecedora que da la mezcla de lo agrio y lo dulce. Pero los árboles cítricos no eran lo más bello de ese lugar... las mariposas que revoloteaban de todos los tamaños, y de todos los colores, debían tener una razón más suculenta para elegir esas brisas a la hora de volar, para dejar allí todo un día, que equivale a toda  una vida en lenguaje mariposil.

Los granjeros de ese pueblo cultivaban en sus campos un ingrediente, que según se dice, se encuentra en extinción. La mejor de todas las especias, la más dulce, la más especiada y especial, la más potente, la que deja una sensación por horas, por días, por toda una vida... allí se cultivaba "amor". Al pasar por los caminos la tierra se veía colorada anaranjada, pero no se veía nada sobre ella, sólo ese intenso color.

Así empezó a suceder que lo que para algunos granjeros sobraba, en otros lugares del mundo empezó a faltar. La gente comenzó a alejar sus corazones, a gritarse estando cerca, a dejar de escucharse y a buscar hacerse el mal. Tanto le llamó la atención a un joven, que cuando se percató de la situación, decidió cruzar las fronteras, volar a miles de kilómetros de altura, y atravesar tormentas para ir a la tierra de las mandarinas y las mariposas en busca de eso que se llamaba amor.

Se llevó consigo una cajita pequeña, y pensó que allí cabería más que suficiente amor para comenzar. De todo lo que es bueno no se necesitan los excesos, sino la dosis justa y necesaria. No llevó cualquiera cajita, pues pensó que si era de madera le entraría humedad, y el amor no es cualquier cosa señores, eso lo tenía claro, al amor había que cuidarlo. Así fue a cosechar un amor de buena calidad, para traerlo de vuelta y llevarlo a donde hacía falta, para que la gente pudiera vivir más y mejor.

Por si ustedes se preguntan lo mismo que yo, les cuento que el joven recolector de amor no robaba este ingrediente. Digamos que lo pedía prestado a quienes lo cultivaban, y la lección era la misma de siempre. Los campesinos desinteresados entregaban su amor en altas dosis porque sabían que siempre que lo compartían , en la próxima temporada cosechaban el doble. Como si el sol fuera testigo e hiciera germinar las semillas con más fuerza.

Se necesitan más jóvenes recolectores con cajitas de cristal, que se animen a jugar entre los campos colorados anaranjados de mandarinas y mariposas. Porque el amor brota rápido y crece como las gramíneas. Se extiende, se contagia y cuando florece llega a todos lados...