Nada se pierde

...todo se transforma...

Permanece sentado en el banco de alguna plaza pública. Con su semblante perdido en un punto de alguno de todos los “más allá” (que la gente como vos conjetura), observa con detenimiento, hace un silencio, gesticula una sonrisa que ocupa solo un lado, y luego balbucea unas palabras casi insípidas.
Habla solo. Y vos, a lo único que atinas es a decir “Mira ese loco!”.
Hace derroche de palabras incoherentes y escurridizas. Las letras ya no tienen peso, no tienen sentido ni dirección. Da lo mismo hablar dos horas sin parar que no pronunciar nada al mismo tiempo.
Hace tantos años ya…tantos años!, que hablan más sus ojos que sus palabras.
De todos modos de qué le sirven sus palabras si ya nadie las quiere escuchar. El asco pasa a su lado en puntitas de pie, apretando la nariz para contener el aire. La indiferencia mira prolijamente hacia otro lado para no manchar su pulcra y prestigiosa apariencia. El abandono roza sus ropas con uñas renegridas haciéndole harapos la vida mientras la desesperación busca llamarle la atención, para mirarlo profundamente y así terminar de envenenarlo.
Se eterniza sentado allí, visible, pero a la vez lejano. Su mirada ya no nota la presencia de nadie ni de nada. Solo parece importarle esa taciturna charla que parece entablar con alguien.
Dice que no habla solo. Está hablando con ella, una hermosa mujer de vestido blanco y radiante. Pensó que se vestiría de negro (todo el mundo la imagina así). Conversar con ella le da una sensación de paz que poco a poco lo envuelve. Lo esta invitando a viajar.
Y poco a poco empieza a reír relajadamente…
No le importa que pienses que está loco o que habla solo. No le importa si lo miras o no. Nada interesa más que viajar con ella…
Soledad… “su” Soledad…


Estaré allí contigo...desde el principio hasta el fin...

Nada es nunca demasiado bueno para uno si no puede compartirlo con los demás...


Caminando… a veces a paso errante, otras veces preciso.

Hay de todo en el sendero. Hay postales, hay recuerdos. Hay imágenes, hay sonidos, hay aromas. En el paso hay sonrisas, hay lágrimas, hay gritos.
El hotcake con miel. El departamento viejo! La cama con almohadones amarillos. Un grandanés que superaba mi estatura con tan solo tres pirulos. Los tacos blancos del casamiento de mi vieja (que me he puesto, y por supuesto me bailaban). La plaza López con la fuente. La calesita, la sortija.
El primer día en casa, cuando estaba vacía y había que llenarla… El ciprés que plantamos y se partió con un rayo. Un oso de peluche marrón con un moño verde que amo. El parque, el laguito. El olor al asado del domingo. El jardín, los disfraces, las seños. “Martín pescador se podrá pasar?” La escuela, el guardapolvo blanco. Aquel primer amor infante, con chocolate tibio de por medio. La luna, la pileta, el eclipse con mi viejo. El olor a viejo de sus libros. Tres estrellas fugaces en total!
La secundaria, la Gurru, y el olor a aserrín con el que se limpiaba el patio. El 113, todos los benditos días. El bar de La Porota, el Subte. Las amigas, las que vinieron y se fueron, las que vinieron y están, las que se fueron y volvieron, las que están por llegar. Los vecinos molestos. La fiebre, las fotos, los sueños. Tantas personas!!! Amores, desencuentros. Un corazón en terapia intensiva. Peleas. Distancias. Juegos. Algún viaje. Mi perrita, la que apenas ayer era una pelusa. Un hada madrina. El tango, el maula y la pebeta engrupidora. El amor, la bronca, la sorpresa, el tedio, la rutina, el cansancio, la angustia, la sonrisa. Duendes, alquimistas, cumbres, mar y vida… cuanta vida!
Un cuaderno con mi historia, cuyas hojas lentamente se ponen amarillas.

“…Sentir que es un soplo la vida… que veinte años no es nada…”

A un mes de los veinte…
Veinte, sí, veinte…