Nada se pierde

...todo se transforma...

Existía una vez en un pueblo muy pequeño un cactus. Su vida se encontraba bajo el resguardo de un joven trabajador que cuidaba de él dándole todos los días la cuota de amor y de sol que necesitaba para crecer. Sus días transcurrían para toda la humanidad en el perfecto anonimato. Nadie sabía de él más que su amigo humano, y las otras plantas que le hacían compañía en el jardín.
Los más reconocidos profetas catuceros decían que no tenía demasiado para ofrecer pues de hecho le quedaban contados días de vida. Por primera vez no se diferenciaban estos del resto de los humanos que creen que los cactus no son capaces de florecer.
Vida, vida, vida.
Su amigo humano, el joven trabajador, sin embargo no perdió la fe, y le dio sus gotas de fe, creyendo que hasta el mas árido cactus en este mundo puede tener algo con que dar de florecer. Y así, se sentó día tras día. Cuando no, estiraba el ojo, esperando con todas ansias verlo renacer. Hasta que una vez sacó lo que se asemejaba a un pimpollo. Pero de pronto fueron dos.
El revuelo en el hogar del joven fue colosal. La noticia corrió hasta el último integrante de la familia envolviendo a todos con esa especie de incertidumbre que genera algo que es desconocido pero al mismo tiempo amado y esperado.
Vida, vida, vida.
Los minutos pasaban en el reloj, y la espera se hacia imposible.
Hasta que el día llegó. El cactus descubrió la noche con dos enormes flores blancas que irradiaban luz y vida… sí, esa misma vida en la que nadie creyó más que su amigo hermano, el joven trabajador. El, que no estaba en su hogar en ese momento, recibió la noticia y corrió al encuentro.
Dicen, tan solo dicen, que las flores del cactus viven tan sólo un día, tan solo eso, 24 horas de vida.
Con afán llegó a la casa, y de pronto sus ojos se toparon con esas dos enormes bellezas que lo estaban esperando. La alegría se mezcló con la sorpresa. La sorpresa se mezcló con el orgullo. El orgullo se mezcló con la ansiedad… y así, como si nada, los ojos se le llenaron de lágrimas, se les llenaron de vida.
Vida, vida, vida.
Ese día para el joven era la vida entera para esas flores, así que las sacaron a pasear. La abuela las lloró de emoción. El dueño del comercio amigo las felicitó. Un extraño que pasaba por ahí las codició. Pero el joven, acompañado de su mejor amigo, las amo.
Tanto recorrieron el mundo, generando tanto asombro, desplegando tanta vida que el mundo celebraba y agradecía la posibilidad de verlas tan solo un pedazo de día.
Hasta en la casa de los duendes del bosque, en donde todo era fiesta y alboroto el duende dueño de casa casi llorando agradeció al joven y a su amigo la visita. La felicidad que les habían compartido no tenía medida.
El amigo del joven trabajador, con una sonrisa en la cara le dijo al duende algo tan simple pero tan complejo, como que: de eso se trata la vida!

(Las dos flores blancas, volvieron a casa con la cara hecha sonrisas, y ¿saben que? …aun pasadas las 24 sentenciadas horas, ellas seguían compartiendo su vida)

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La abuela las lloró de emoción. El dueño del comercio amigo las felicitó. Un extraño que pasaba por ahí las codició. Pero el joven, acompañado de su mejor amigo, las amo.
Me gustó especialmente esa parte! Pero en general el relato es muy lindo,muy esperanzador, felicidades por tener el don de escribir! :p