Nada se pierde

...todo se transforma...

Insiste en decir que soy un satélite, y aun no se muy bien por que.

Veras…nacemos siendo nosotros y por muchos espejos que nos presten nunca podemos mirarnos desde afuera, y eso es lo que me hace pensar que es posible que yo sea un satélite y aun no lo sepa.

Hace unos cuantos años atrás nació un planeta. En la comunidad planetaria otros planetas vecinos tenían jardineros que se turnaban para plantar flores y criar sapos. Hacían crecer los jardines y de este modo invitaban a las estrellas a pasear. Eran planetas felices, que practicaban coreografías por las tardes y jugaban a la rayuela.

Pero este joven planeta tuvo una historia diferente. Este mundo fue despidiendo uno a uno los suyos. Manuel el jardinero tuvo que irse en busca de nuevas tierras. Dejó algunas flores plantadas, sí, pero poco a poco éstas fueron secando porque los sapos, Tito, Carlota y Pepe, cuya tarea era comer los bichos que les hacían daño, fueron renunciando yéndose a planetas donde había menos trabajo.

Entonces este pequeño mundo tuvo que rebuscárselas para crecer. Estaba lleno de bichitos que le comían la capacidad de iluminar todos los días. El trabajo era arduo. Iba por un camino pensando que allí habría de encontrar semillas para plantar sus flores y solo encontraba piedras. Iba detrás de algo que no sabia muy bien que era, pero lo hacia andar.

Y así anduvo, solo, errante.

Hasta que un día sucedió que cayó de visita un cometa. Este comenzó a rondar al mundo. Inventó en él y con el amistosos días con noches.

Una noche de estrellas el cometa visitante conoció a una cometa de cola larga y brillosa que en la búsqueda de si había quedado fuera de circulación, perdiendo sus rumbos cotidianos para extraviarse en las orillas del mar del mundo.

El cometa la invito a bailar y al mundo le pareció ver una linda historia en vivo y en directo como hacia mucho que no veía.

Juntos entablaron una danza mundial que duro siete días y siete noches.

El tiempo perfecto para dejar una estela de luz que ilumine el mundo…

para siempre